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Une Vendéenne au bout du monde - Soeur Marie de la Croix
Pélagie Phelippon nació en La Roche-sur-Yon el año 1831. Recibió una educación aceptable en la escuela que dirigían las Hermanas de Burdeos (Bordeaux), en cuya escuela llegó ella a ejercer como maestra y lo hizo con acierto. En 1857 expresó al Padre Favre su propósito de entregarse a las misiones de Oceanía. Tenía entonces 26 años de edad. Ya desde joven quería hacerse monja. A pesar de un problema en su salud, se la aceptó; sería enviada a Oceanía. En 1858, con dos compañeras, llegaban a Nueva Caledonia (La Concepción) era el mes de diciembre. Las otras dos eran Hna Marie de Bon Secours y Hna Marie de la Paix. De inmediato empezó a dar clases a las mujeres y a los niños; también cuidaba enfermos e intentaba aprender la lengua local.
Cinco meses después, el P. Rougeyron decidió mandarla a ella con Hna Marie de Bon Secours a lsla de Pinos, para que fundaran una escuela. En octubre de 1863 tropezaron contra las leyes del gobernador Charles Guillain; enemigo de la enseñanza católica. Con todo, pasó sin dificultad por las pruebas y examen a los que fue sometida. Por fin en 1865, su escuelita empezó a funcionar.
Marie de la Croix era una mujer inclinada a sentir simpatías y antipatías fuertes. En algunos sacerdotes no encontraba ningún defecto, en otros, en cambio no hallaba nada bueno. Con los años ya se dio cuentas que tenía que matizar algo mejor, a la hora de juzgar de las personas; se hizo más compasiva. Avanzó en este campo gracias al P. Poupinel y, probablemente, a otros en los que se fiaba.
En el mes de agosto de 1864 la mandan a San Luis (Nueva Caledonia) lugar en el que permanecería durante 28 años. Aquí también inició una escuela, luego un internado, organizó el noviciado para las hermanas locales, confiaba en ellas plenamente en lo que a su futuro se refinería. Algunas llegaron a profesar en la TORM. Con los años, a las demás se las animó a que se quedaran como “Petites Filles de Marie”, constituyéndose en congregación diocesana.
El año 1892, Marie de la Croix dejaba San Luis, dirigiéndose gustosa y voluntariamente a Belep donde funcionaba una colonia de leprosos; se trata de una isla al Norte de Nueva Caledonia; ahí malvivían totalmente abandonados, tras haber sido desterrados, los pobres leprosos. Las cartas de la Hermana y las de otras personas, presentan testimonios de su amor y de los cuidados que prodigaba a esas pobres gentes. Ella escribía: “No soy otra cosa que la sierva de los pobres leprosos. ¡Bendito sea Dios!” (Croix-Sainte Anne, 04.09.1895, Carta 414, §1*). Y a Hna Marie de Bon Secours: “Pídele al Buen Dios que lleguemos a ser el ojo del ciego y el pie del cojo junto con la caridad que conlleva una tarea tan hermosa...” (Croix-Bon Secours, 25.01.1894, Carta 354, §5*). Su compañera, Hna Marie Saint Jean l´Évangéliste, a quien ella había preparado para la vida religiosa y que llegó a ser TORM en 1892, aseguraba:”nuestra madre terminará su ancianidad, igual que había transcurrido su mocedad, vale decir haciendo el bien a todo el mundo,” (M. St Jean-Apllonie pfm, 28.12.1895*).
Las dos, Hna Marie de la Croix y Hna Marie St Jean, quedaron muy apenadas cuando el gobierno decidió el año 1898 cerrar el leprosorio y expulsar los enfermos.“Estas pobres gentes lloraban y nos alargaban las manos que nosotras cogíamos, sin miedo a ningún contagio, nada de eso. Apretábamos los muñones con tanto cariño y felices de poder consolarlos” (Croix-Eugénie pfm, 06.05.1898, Carta 463, §2*). Cuando los naturales de Belep regresaron a su isla, las dos Hermanas se quedaron en el sitio para ayudarlos a reinstalarse; volvieron a abrir una escuela.
Marie de la Croix continuó son su trabajo, a pesar de las limitaciones físicas, hasta su muerte, el 9 de agosto de 1908, después de haber celebrado en el mes de mayo, los 50 años de vida como misionera; considerada por muchos, como una mujer fuera de lo corriente, en muchos aspectos.
Era profundamente marista lo que se deduce de sus cartas y de sus escritos; se refiere a menudo a su apego a la Sociedad de María, a la Familia de María y a la Tercera Orden; considera al P. Colin como al “Padre Fundador”. Cuenta como trata de vivir de acuerdo con el espíritu de María y anima a las Petites Filles de Marie, de las que tuvo las responsabilidad de la formación durante muchos años, a que amen a María, su Madre y su Primera Superiora, “nuestro todo, después de Jesús,” (Croix-Yardin, 02.09.1861, Carta 34, §6*) y a vivir de acuerdo con su espíritu.
Las cartas de Marie de la Croix señalan con evidencia que ella era una mujer de oración. Hace referencia, sin cesar a la misma, lo mismo que a la unión con Dios. La eucaristía ocupaba un puesto importante en su vida. En su oración personal, conoció la sequedad como lo pone de manifiesto en una carta a Marie de Ste Anne: “¡Ah!....si pudieras verter en mi alma vieja las gracias que has recibido durante el retiro; yo estoy helada a pleno sol” (Croix-Ste Anne, 27.03.1901, Carta 500, §1*). Animaba a las Hermanas a que rezasen unas por otras y cuando escribía a sus antiguas novicias, insistía sobre la importancia de la oración:“unámonos en una oración incesante para que el señor, sea amado en todas partes y por todos” (Croix-Colette pfm, 26.11.1896, §6*). Varias de sus cartas revelan que su oración abarcaba el mundo entero, obispos, sacerdotes, hermanas TORM y PFM, niñas de Sn. Luis, leprosos, Francia y la Iglesia local y universal. “Recemos, recemos, recemos por nuestra Francia, la Sociedad, sus miembros y obras…” (Croix-Ste Anne, Carta 528, §12*).
Marie de la Croix, nos ha dejado a todas nosotras, SMSM e Hijas de María, un legado de 600 cartas, pero lo que importa más aún, el testimonio de una vida completamente entregada a Dios y vivida según el espíritu de María, a la que amaba y reverenciaba como madre, modelo, primera y perpetua superiora.
… Al único que veo en la misión es al P. Chapuy; con todo estoy lejos de echar de menos las ratos de recreo cuando recibo su visita. Descanso en mis trabajos, en mi soledad completa. Se lo contaba al P. Forestier, en mi clausura en la que con J. y M. me hallo bien; resulta para mí una auténtica dicha el poder disfrutarlos sola; nada externo me distrae de su santa presencia. Carezco de cualquier ayuda espiritual a no ser sus cartas y las del P. Forestier; nada deseo además de esto; esto es todo. El P. Forestier, queda, ya esté lejos o cerca, lo que la divina bondad de Nuestro Señor lo ha dispuesto para mí: un director piadoso, recto y seguro. Me permito añadir que es un amigo abnegado y sincero, con el que he sufrido; él comparte todavía todas las penas que sabe que tengo y en ello pone toda la caridad de un verdadero sacerdote y de un amigo verdadero.
(Croix-Poupinel, 15.05.1860*).
Pídale al buen Dios que seamos el ojo para el ciego y el pie para el cojo con la caridad que acompaña una tarea tan hermosa. […] (Croix-Bon Secours, 25.01.1894*).