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Las pioneras | La Vocación de las Pioneras (The Vocation of the Pioneers)
El retrato que se deduce de las cartas de Hna Marie de la Merci es de una joven particularmente dotada, cultivada y que poseía un talante de líder junto con una personalidad agradable y genial. Era la mayor de tres hermanas. Cuando partió hacia Oceanía, en octubre de 1858, tenía 21 años; era el tercer grupo que partió. Pertenecía a la Tercera Orden de María de La Seyne, lugar en el que había sido docente en la escuela de los sacerdotes maristas, en el mencionado lugar.
A punto de embarcarse se enteró de la muerte de su madre; seguramente que fue un golpe tremendo para ella. Su decisión fue la de seguir hacia su destino de misionera y no regresar a la casa paterna: “reflexioné sobre todas las preguntas que una se hace y habiéndolo examinado todo me decidí a perseverar siguiendo el camino que Dios me había señalado” (Merci-Yardin, 09.03.1859 Carta 1, §4*). Lo veía muy claro, desde el momento en el que la Sociedad de María era su familia, esta convicción se fue apuntalando en el transcurrir de los años; esta realidad la llevaba a expresarse con frecuencia acerca de la alegría de pertenecer a la “Familia de María”.
Su talento no quedó inadvertido en Futuna, isla a la que la mandaron. Parece que no le costó mucho aprender el idioma. Acertaba en la enseñanza y le sonreía el éxito educando a las niñas que ella quería. Por lo tanto, a pesar de su juventud, no se dudó en confiarle cierta responsabilidad. Teniendo en cuenta su habilidad, Mons. Bataillon quiso hacerla fundadora de una congregación diocesana, en Samoa, para las isleñas jóvenes. ¡Al obispo le parecía que le costaba mucho el seguir trabajando con religiosas europeas! (cf. Dezest-Favre, Dic. 1863, NP II, 324). Había prometido obediencia por cinco años. Al expirar el plazo, el obispo le pidió que renovara sus votos, pero ante él. Tuvo la valentía de negarse a ello pues estaba persuadida que su vocación no era para una misión particular, ni para un obispo particular (cf. Merci-Favre, 15.11.1863, Carta 16, §14, NP II, 321). El negarse le costó caro.
Se estableció en Sydney, por motivos de salud; cuando llegaron las Hermanas de Notre Dame des Missions, 1867, sintió mucha alegría; llegó a profesar en dicha institución, en el mes de febrero de 1868. Más adelante tuvo problemas; por este motivo y porque las Hermanas se volvieron para Francia, se salió el año 1869; prefería seguir como simple terciaria. Continuó sirviendo a los Padres maristas, en Villa María, en compañía de Sara y de Silenia, las dos nativas de Futuna, que formaba para la vida religiosa.
Desafortunadamente, desde el año 1875 las relaciones con el P. Joly, superior de la casa, empeoraron hasta ponerse tensas. La “incomprensible manera de actuar” del Padre resultaba para ella una tortura y en vista de que no se veía una salida aceptable para ella, decayó su ánimo y fue alanzada por la enfermedad. Los médicos aconsejaron que regresara a Francia; les hizo caso y se repatrió y se embarcó el año 1881. Con la salud quebrantada, sin familiares cercanos, sin ingresos económicos, intentó buscar algún trabajo. Terminó por aceptar la propuesta de matrimonio que le hizo el señor Vital Seymat, amo de algunas fincas; era viudo. Dio el paso pero con el corazón triturado.
Mirando hacia atrás, hay que lamentar el maltrato que le dieron a Marie de la Merci, en Sydney. Hubiese podido ayudar en múltiples trabajos, se la deja sin comunidad, lejos de las misiones, a pesar de que ella había expresado el deseo de volver a las Islas. Su alejamiento constituye una página triste de nuestra historia.
Usted es quien se dignó autorizarme para que llegara a ser, por completo, un miembro de la familia de María…
He querido siempre la Sociedad de María; ha sido para mí una madre; por lo tanto nunca la olvidaré como tampoco las misiones en las que el Señor me ha hecho partícipe de las dulzuras de su misericordia. Me siento dichosa porque les he entregado mi salud, espero que con la gracia de Dios podré dar las fuerzas que me quedan, al servicio de Jesús, donde Él quiera y como lo disponga. (Merci-Favre, 30.03.1868, NP III, 496).