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Marie Françoise Perroton

Las pioneras | La Vocación de las Pioneras (The Vocation of the Pioneers)

SR MARIE DU MONT CARMEL (1796 - 1873)

Sr. Marie du Mont CarmelMarie Françoise Perroton, a quien estimamos y veneramos como aquélla “que dio el impulso”, salió para Oceanía a los 49 años de edad, dispuesta para hacer la entrega de sí misma a la Misión, en todo y para siempre. En sus cartas entrevemos la fe sobre la que se apoyaba esa entrega: una fe vivida día tras día en las cosas pequeñas en las que consistía la vida en Wallis y en Futuna en el siglo XIX. Una fe que se expresaba en un amor ardiente por la Eucaristía, en la oración de cada día y en la confianza en Dios y en María.

Con toda humildad, era capaz de reconocer los dones que Dios le había otorgado al llamarla para la misión. Nos habla de “favores especiales recibidos en el momento de su partida”, que podía calificarlos y por los que quedará siempre agradecida. Comparte con los lectores de sus cartas algún aspecto de su fe en la Providencia divina y de su confianza en la protección de María. Al solicitarle, al capitán Marceau, un puesto en su embarcación que la pueda llevar hasta Oceanía; se pone en las manos de Dios que cuida de las necesidades de sus criaturas. “Cuando haya llegado, Dios se encargará de mi subsistencia(Perroton-Marceau, verano 1845, MFP, Carta 1, §1, NP I, 13). Más tarde reiterará que salió “contando con la Providencia, la que nunca me ha fallado(Mont Carmel-M. du Cœur de Jesús, 07.09.1866, MFP Carta 25, §2, NP III, 434).

Se entrega a la misión a pesar de la soledad y del aislamiento y no cabe duda que sufre, fue purificada en el crisol de un sufrimiento profundo. La soledad se le hace muy pesada. Deja efectivamente Wallis y enrumba hacia Australia en 1854 pero, cuando el barco la deja en Futuna, vemos que con un ánimo renovado transcurren sus días hasta el final. Algunos Padres habían sugerido que se repatriase pues comprobaban que se encontraba demasiado sola (cf. Junillon-Colin, 1853, NP I, 30). El P. Poupinel, adivinando su sufrimiento, escribía: “Ella  y nadie más, podría manifestar lo que ha sufrido de tristeza y de angustia durante esos doce largos años, por culpa del aislamiento a la que se vio reducida.” (Poupinel-Vauthier, 15.06.1851, NP I, 81).

Su entrega a Dios se realizaba en las horas de alegría así como en momentos de angustia, cuando miraba de frente su pequeñez y sus fracasos. “Todo consiste en caerme y volver a levantarme(Mont Carmel-Poupinel, 30.10.1859, MFP Carta 11, §3, NP I, 160). Sin embargo los demás consideraban el testimonio de su vida, como Sara, jovencita de Futuna, la cual tomó su nombre cuando se hizo religiosa.

La prueba más dura para la fe la encontramos a menudo a nivel de las relaciones humanas. Marie Françoise pasó por esta situación ya que tuvo problemas con Mons. Bataillon (ibid., MFP Carta 11, §8), con algunos Padres, y a veces con sus Hermanas, aunque siempre habla favorablemente de ellas, en sus cartas.

Marie Françoise vivió hasta el final el don de su entrega personal al servicio de la Misión, tal vez, de manera más profunda aún, cuando le llegó la dolencia física, a lo largo de los últimos años. Atravesó esta etapa entregándose al amor infinito de Dios y a su misericordia ilimitada, segura que podía fiarse completamente en Él, para llegar a buen puerto: “Me abandono a Dios. El es mi Padre aunque sea yo indigna hija suya(Mont Carmel-Poupinel 04.07.1780, MFP, Carta 50, §1, NP III, 570). Así es como ella habla de sí misma. Con retroceso, nosotros la percibimos, como cualquiera que haya vivido totalmente para el Dios que ella amaba y por sus oceanianas a las que ha servido. Encontramos en su vida la semilla viva de un porvenir para aquellas que, más tarde, llegadas desde Francia, como era su caso, o de otros países muy diversos, irían poniendo sus pasos en los suyos.

Sr Marie du Mont Carmel (1796 - 1873)

Apreciadas Hermanas mías,
Sí, Hermanas apreciadísimas, siento muy viva la dicha que me proporciona el dignísimo y reverendísimo Padre Poupinel, admitiéndome, a pesar de mi indignidad a la honra que tienen ustedes, de pertenecer especialmente a la Santísima Virgen, ustedes, “Lyonesas” tan fervorosas que no me atrevería a desmentir el título, pues es muy grande la piedad que las ha señalado siempre, hacia la Madre de Dios. Con cuantas ganas me uno a sus oraciones tan fervorosas; así deseo compartir sus méritos. Las felicito también por la dicha que sentís con frecuencia, en esa Santa Capilla de Fourvière, lugar en el que es particularmente dulce de derramar su corazón en el de nuestra Madre tiernísima. Para Ella es un placer escuchar nuestras peticiones, pues somos sus Hijas escogidas, y un deber el acogerlas [ …] (Mont Carmel-TOM, Lyon, 26.06.1859, MFP Carta 10, §2).