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Noticia inserida el 30/11/2009
Signos de esperanza y de luz en un mundo turbulento: Ayuda después del tsunami en Samoa.
El 29 de Septiembre, un fuerte terremoto seguido de un Tsunami sacudió Samoa Americana, Samoa del Oeste y los alrededores del Pacifico en particular la Isla de Niuatoputapu en Tonga. Los daños fueron grandes y hubo muchas pérdidas humanas; muchas familias, de todas partes, fueron afectadas.
La Provincia del Pacifico del Sur, envió un grupo de 6 hermanas – por dos semanas- a Samoa para ayudar a los más necesitados. Dos de las hermanas compartieron sus experiencias.
Hermana Etivise: Cuando fuimos a Samoa, tuve el sentido inmenso de “ser enviada” por la Provincia y la Congregación. Había un gran sentimiento de solidaridad para con nuestras hermanas, las familias y las víctimas del Tsunami y Samoa como una nación.
Alojarse en Lalomanu, la zona afectada, y el trabajo en los pueblos cercanos fue y siempre será una experiencia inolvidable. Se podía sentir la profunda pérdida y la gratitud por toda la ayuda y el apoyo prestado. Yo era parte de la comunidad global basada cerca del hospital. Cada equipo trabajó durante largas horas, pero nadie se quejó.
La experiencia la más conmovedora y la que más nos hizo sentirnos pequeñitas, fue el encuentro con las víctimas del Tsunami cara a cara. Sus historias y sus multiples heridas, fueron suficientes para destrozarnos el corazón, pero esto no fue todo. La mayoría de estas personas perdieron muchos seres queridos, especialmente niños, padres y abuelos. ¿Cómo se puede, al menos, tratar de consolar a alguien que acaba de perder 13 miembros de su familia? ¿O un abuelo que ha perdido todos sus 6 nietos? No hubo lágrimas pero las expresiones de los rostros, fueron suficientes para expresar la profunda tristeza y los corazones hechos pedazos. Sólo podíamos sentarnos y compartir el dolor, con la oración silenciosa de la consolación y la sanación, la esperanza llegará un día.
Hermana Selina: Antes de ser enviada en misión a Apia, Samoa Americana, oré pidiendo el don de la aceptación de esta situación que debíamos enfrentar en las dos Islas. Nuestras hermanas nos recibieron, compartimos lágrimas de alegría y el alivio de saber que estábamos allí para apoyarlos.
A medida que dabamos vuelta a la isla, admiraba la belleza de la creación de Dios, hermosos árboles y flores de diferentes colores. Pero luego, cuando nos acercamos a la costa de Aleipata donde el desastre natural destruyó ocho aldeas, la tristeza empezó a sentirse cada vez más fuerte.
No me quejo a Dios por lo que sucedió. Le agradezco mucho por tomar solamente a algunas personas y dejar a muchos seguir su trabajo en la tierra.
Lo poco que hemos compartido con tantas familias en ambas islas significa mucho para nosotras y también para ellos. Escuchando a las víctimas compartir y experimentar el dolor, fortalece mi fe en un Dios que todavía está vivo donde sea y en todas partes.
El tsunami reunió las personas y las naciones del mundo.
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